A continuación, se expone el texto íntegro de la ponencia de este título que expuse en las jornadas sobre Literatura y Ocultismo que Fernando Sánchez Dragó dirigió en Ponferrada el pasado 14 de Diciembre.
Muy buenas tardes.
Soy Iñaki Uriarte y quisiera, antes de comenzar, agradecerles a todos Uds. su presencia en esta sala y el que hayan decidido venir a acompañarnos para participar junto a nosotros en estas Jornadas sobre Literatura y Ocultismo
También me gustaría felicitar al instituto Castellano y Leonés de la lengua por la celebración de estas jornadas que acabamos de inaugurar. Y agradecerle la oportunidad que me brinda de estar con todos ustedes para hablarles sobre mi novela “La piedra filosofal”
Al hilo del tema de estas jornadas, trataré de plantear cómo el ocultismo puede gozar de un soporte científico, aunque sea de una manera un tanto subjetiva, y servirse de una fórmula literaria válida para llegar al gran público, sin charlatanería de aprovechados ni farragosas fórmulas matemáticas.
Quizás, cuando lo hayan leído, les haya podido llamar la atención el título de esta charla: “La piedra filosofal: magia y física cuántica”
Puede dar la impresión de que estos tres conceptos ha sido elegidos buscando únicamente llamar la atención del público. 3 elementos demasiado diferentes entre sí, para los que, en principio, puede parecer harto difícil el encontrar una relación coherente. Podría pensarse que, pretendiéramos utilizar el evidente rastro comercial de Harry Potter y demás libros sobre magos para dejarnos arrastrar por su estela.
Nada más lejos de la realidad.
El comenzar por La piedra filosofal es perfectamente comprensible, ya que así se llama la novela.
…
De todas maneras, un poco más adelante analizaremos este concepto con más profundidad.
Lo de magia y física cuántica quizás resulte algo más difícil de comprender. Ya que, en principio, no parece que tengan ninguna relación entre sí.
Pero que si los miramos desde un punto de vista diferente al habitual, si al hablar de magia desechamos las imágenes de brujas arrojando sapos indefensos a un caldero lleno de brebajes burbujeantes. Si nos atrevemos a observar la naturaleza de las cosas con una mirada ingenua y sin prejuicios, quizás pudiéramos encontrar en la vida real relaciones insospechadas y en gran medida inquietantes entre estos conceptos de magia y física cuántica.
Trataré, en el poco tiempo de que disponemos, de dar una puntadas superficiales sobre estos asuntos, tan sugestivos cada uno por sí mismo. Y tan apasionantes si consiguiéramos combinarlos.
Para entrar ya definitivamente en materia, les ruego me permitan que inicie la charla hablando un poco sobre mi novela. Razón, al fin y al cabo, de mi presencia ante ustedes:
La piedra filosofal, como ya he dicho, es una novela, un cuento de aventuras. Por lo tanto se trata de una obra de ficción, no es un libro de texto, no tiene fórmulas, no pretende enseñar física cuántica, ni mucho menos defender teorías filosóficas.
Pero me gusta pensar que tiene, al menos, tres diferentes niveles de lectura, solapados uno sobre otro:
El primero, y más evidente, es la de una historia de intriga, de lectura fácil cuya tensión va creciendo según van avanzando los capítulos hasta alcanzar el desenlace final, que para muchos resultará sorprendente. Se trata de una fábula de magia, de libros que ocultan entre sus páginas secretos de poder, magos poderosos que esconden sus poderes a la humanidad… y hombres y mujeres normales, como los que nos podemos encontrar cualquier día en cualquier bar.
Es, resumiendo, lo que se dice una novela de intriga y suspense.
En un segundo plano, por debajo de este thriller, intercalada entre las persecuciones, las claves secretas, la magia, y todo eso que conforma el núcleo de la novela de puro entretenimiento, se desarrolla una historia más profunda, de personajes que sufren y expresan sus emociones más intimas. Sus miedos, frustraciones y deseos.
Básicamente, Se habla de la capacidad de ambicionar del ser humano.
En ella se desarrolla la historia de un hombre gris, sin deseos de grandeza, sin ninguna posibilidad de llegar a ser nadie importante. Y, quizás precisamente por ello, el más importante de los hombres, ya que somos nosotros, los hombres y mujeres anónimos, quienes constituimos el sustrato de la humanidad, los que creamos
Y en los cimientos, por debajo de todo esto, quizás como excusa para los niveles superiores, fluye un pensamiento expresado solo a medias:
La idea apasionante de que magia, quizás pueda ser algo posible.
Pero en la novela se respeta escrupulosamente el rigor científico. Siempre se mantiene una acepción de magia que se ajusta estrictamente a los límites que la física nos marca. No hay nada descrito en el libro, que no se haya realizado ya en diferentes experimentos médicos y de laboratorio.
También son reales los lugares donde se transcurre la acción y son perfectamente localizables. De igual manera, todos los hechos históricos narrados son rigurosamente ciertos, aunque, lógicamente, se representen desde el punto de vista de una interpretación muy personal.
Desde siempre he sido aficionado a los libros de misterio y ocultismo. Todas aquellas obras, de ensayo o de ficción, que plantean otra realidad posible diferente a la oficialmente admitida me han atraído desde la juventud. Y Siempre, desde mucho antes de escribir esta novela, me rondaba ya por la cabeza un pensamiento recurrente:
En todos los tiempos y culturas ha existido la creencia en seres con poderes superiores a los normales. A los que en cada momento de la historia, en cada civilización se les ha dado un nombre diferente: Chamanes, druidas, meigas, sorgiñas...
Les podremos llamar de mil maneras, pero siempre tratamos de lo mismo: hombres y mujeres diferentes, con una relación más profunda de lo común con la naturaleza y que pueden provocar a su antojo fenómenos extraordinarios.
Hablamos, en definitiva, de magos y magia.
Bueno,
La explicación oficial a la existencia de la magia es que se trata de un intento de los seres humanos por comprender los fenómenos naturales para los que su ciencia no tenía explicación. El hombre primitivo no entendía porqué enfermaba su ganado, (para ellos no existían los virus ni las bacterias) y por lo tanto algo o alguien tenía que haber provocado la epidemia para dañarle. No sabían porqué algunas veces el enfermo curaba de sus fiebres, y como desconocían el funcionamiento del sistema inmunológico, daban por sentado que tendría que haber sido la intervención mágica del curandero, con sus cánticos y pociones, la que había conseguido curar al enfermo.
Bueno, en principio puede ser una explicación un tanto rebuscada pero perfectamente válida. Ahora bien, no tiene porqué ser la única.
En el siglo 14, un filósofo franciscano, Guillermo de Occam, planteó un principio metodológico al que llamaron la navaja de Occam. Está basado en una premisa muy simple: Ante un problema, y en igualdad de condiciones, la solución más sencilla es probablemente la correcta
me pregunté si no habría una explicación más simple que la que dan los antropólogos a la cuestión de la magia. Y sí encontré otra mucho más simple, pero muy complicada de asumir.
¿No resultaría más sencillo aceptar la existencia real de este tipo de personas?
Llegados a este punto, surge inmediatamente otra pregunta: ¿Hay alguna posibilidad mínimamente sensata de que exista, o pueda existir realmente la magia?
En principio, parece una pregunta tonta. Por definición, lo que es imposible no puede existir, y por lo tanto, debemos admitir que no puede suceder nada que sea contrario a las leyes de la física.
Es de todo punto imposible que ocurra ningún fenómeno en el cosmos que no sea provocado por alguna de las interacciones de la naturaleza. Así que deducimos rápidamente que la magia es irrealizable ya que va en contra de las leyes físicas. Pero… Aquí surge otra inquietante pregunta: ¿De qué leyes físicas hablamos?
De las que nos enseñaron en la escuela? de las que plantean ahora los físicos teóricos? o de aquellas que aún no se han descubierto?
Porque quizás debamos replantearnos la definición de magia y decir que, en realidad, la magia ha resultado un enorme cajón de sastre donde al ser humano le resulta muy cómodo el dejar aparcados, sin volver a mira,r todos esos acontecimientos para los que no puede encontrar una explicación que se ajuste al dogma científico imperante en ese momento.
De hecho, tenemos infinidad de ejemplos de ello en la historia.
Todas cuantas hoy llamamos ciencias fueron en sus inicios rituales mágicos. En los albores de la humanidad, el fuego era producto de los dioses y con toda seguridad los métodos que los primeros hombres utilizaron para producirlo formaban parte de sus rituales mágicos. Recordemos a Prometeo que robó el secreto del fuego a los dioses explicando a la humanidad cómo podía producirlo y convirtió así lo que hasta entonces era magia en pura tecnología.
La alquimia, concepto mágico donde los haya, fue evolucionando según se iban sintetizando y comprendiendo las propiedades, de los componentes básicos de sus preparados y hasta transformarse en la química moderna, arrastrando en su revolución al curanderismo hasta la hoy muy respetable medicina.
También la física clásica, la que nos enseñaron en las escuelas como una ciencia exacta, comienza a mostrar hoy en día algunos aspectos no tan exactos y que en algunos casos, resultan tremendamente perturbadores para la ortodoxia científica.
Aún al día de hoy, y bajo el prisma de la física tradicional, existen algunos supuestos imposibles por definición: La ubicuidad de la materia, el alterar el tiempo, etc.
Pero, si observamos el universo con la nueva óptica que la física cuántica nos propone, nos encontramos con sucesos demostrados, que violan todos los principios físicos comúnmente aceptados, y cuyos resultados podrían interpretarse sin grandes problemas, aún hoy, como mágicos.
Esta nueva física afirma la existencia de tres grandes fuerzas en la naturaleza: La gravedad, el electromagnetismo y las del átomo: interacciones fuerte y débil.
La física clásica tiene bien estudiadas y explicadas las dos primeras, pero la tercera sigue siendo la gran desconocida.
Si alguien fuera capaz de provocar, aunque fuera en grado mínimo, alteraciones en las fuerzas subatómicas, provocaría fenómenos, que a los ojos del común de los mortales, se mostrarían como verdaderas manifestaciones de magia.
Llegados a este punto rozamos ya la respuesta a nuestra pregunta inicial.
Pero para poder interactuar con la energía subatómica, esa energía elemental que los científicos tanto buscan, estos individuos tendrían que ser capaces de apreciarla, y aquí surge la segunda pregunta:
¿Qué le supondría a cualquier persona esta capacidad?
Si alguien fuera capaz de “ver” esta energía elemental, adquiriría un nivel de consciencia tal que lo elevaría sobre el resto de la humanidad, alcanzaría un poder difícil de imaginar. Tendría la habilidad de sanar tanto el cuerpo como el espíritu y muy posiblemente sería capaz también de trasmitir su facultad a otros hombres.
En resumen, y todos los efectos habría hallado la Piedra Filosofal.
¿Pero cómo reaccionaria un hombre común ante esto? Un ser humano normal, como somos la mayoría de los seres humanos en realidad, es decir: aburridos, egoístas y, digamos en el mejor de los casos que muy poco valientes?
Este es precisamente el nudo de la novela. Lo que trata de contar: El descubrimiento por parte un hombre de que la magia existe en el mundo.
En la novela, el descubrimiento por parte del protagonista de su particular piedra filosofal no sucederá hasta la última hoja, pese a que al lector se le van facilitando las claves para descubrirla por sí mismo.
Pero, ¿a qué llamamos la piedra filosofal? ¿Sabemos realmente de qué se trata?
Por que la interpretación más extendida es la de que se trata un extraño elemento rojo, cuya fabricación es un proceso largo y costoso y que tiene la maravillosa propiedad de convertir los metales viles en oro. También se le llamaba la perfecta medicina, o panacea universal, y era capaz de curar cualquier enfermedad, alargar hasta límites insospechados la vida y eliminar del cuerpo cualquier síntoma de degeneración o decadencia.
Aunque también en esto existen muy diferentes interpretaciones. Filósofos, químicos, aficionados al esoterismo y charlatanes han dado su personal explicación al tema.
Realmente, varios entre los verdaderos alquimistas consideraron la piedra filosofal como una metáfora que indica el camino a seguir para alcanzar la esencia del ser humano. Conseguir un estado de conciencia plena, absoluta, que uniría al individuo con Dios. O lo convertiría a él mismo en un dios.
Quizás pudieramos considerar que hablaban de hacer al hombre capaz de “ver” la energía fundamental de la que hablábamos antes
De hecho, no era extraño encontrar sacerdotes, e incluso Papas dedicados a la alquimia.
Porque debemos tener en cuenta que la palabra filosofal significa literalmente, de los filósofos.
Resulta difícil aceptar que un hombre de verdad sabio buscara únicamente el conseguir el oro a puñados. Pensemos que con ella se curan las enfermedades del cuerpo y del espíritu. Y que ya Paracelso advertía que
Desde que la humanidad tuvo consciencia de su ser, el hombre a luchado por alcanzar el conocimiento supremo. El ser humano siempre ha intuido que sus conocimientos son extremadamente limitados, que siempre hay un límite al saber, dejando una inmensidad oscura de ignorancia. Y siempre a tratado de comprender por qué ocurre todo aquello que le sucede y a buscado el modificarlo en la medida de lo posible para su propio beneficio.
En la antigüedad, el hombre de las cavernas se preguntaba por qué el sol, que le daba luz y calor, tenía que morir cada poco tiempo y por qué la cara pálida de espectro que le sustituía arrastraba tras de sí los colmillos y garras que les daban caza a él y a su familia.
Los egipcios vivían pensando en cómo era posible que alguien tan poderoso como el faraón pudiera morir y desaparecer del cosmos igual que desaparecía un gusano o un pez.
Hoy, entrado ya el siglo 21, el científico actual se pregunta con idéntico estupor, y con las misma ansias de comprender, cómo es posible que una minúscula partícula no responda a las mismas leyes físicas que un cuerpo celeste.
La sucesión de días y noches dejó de ser magia cuando comprendimos que los astros giraban en el firmamento. La biología nos enseñó que el faraón compartía adn y muerte con el pez.
¿Cuánto nos queda por explicar?
Los sabios antiguos buscaban algo a lo que llamaron
Realmente lo que desde siempre han buscado todos los sabios de todas las culturas y civilizaciones a sido el liberar al ser humano de los límites de su cuerpo físico: Librarlo de la enfermedad, la degeneración, los vicios, etc.
Todos los antiguos arcanos, todas las escrituras sagradas de oriente y occidente han tratado de explicarle al ser humano que puede alcanzar un plano superior de consciencia, dejando a un lado las cargas inherentes a su plano físico.
Eso era realmente la piedra filosofal: La meta de los filósofos, el objetivo de todos los sabios desde que el ser humano habita en este mundo. Acompañar al hombre hasta ese nivel máximo de lucidez.
Todos los grandes alquimistas reflejaron en un momento u otro en sus escritos que el verdadero objetivo no está en la meta, sino en el camino.
Que el fin último es conseguir la perfección del ser humano; y que la búsqueda de la piedra filosofal lo que hace es indicarnos cómo actuar para poder conseguirla.
Y era aquí donde los no iniciados cometían su gran error: Estaban tan obcecados por conseguir la piedra, que la despreciaron cuando la encontraron a lo largo del camino.
Y desde entonces, seguimos buscando lo mismo. Sigue inquietándonos el mismo afán.
Bien, una vez abocetado el concepto de piedra filosofal volvamos a la magia.
A la ciencia la define la real academia como el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales.
Y ya hemos dicho que magia es la ciencia que trata de alcanzar resultados contrarios a las leyes naturales.
Nos encontramos entonces con la necesidad de concretar cuales son las leyes naturales.
En la novela, se plantea la existencia de una energía elemental que constituye todo el cosmos en su conjunto y que conforma a cada uno de los seres y objetos de los que se compone.
Pero esta teoría no la he inventado yo, ni mucho menos.
Ya Pitágoras, 500 años antes de Cristo, habló de la armonía de las esferas, intuyendo ya una relación sustancial del cosmos con la tierra y los seres humanos, intentando unificar música, física y matemáticas. Según su teoría, afirmaba la existencia de una música celestial que penetra todo lo existente, pero que los humanos no podemos oír, porque crecemos envueltos en ella desde antes de nacer. Nuestros sentidos están tan acostumbrados a ella que no son capaces de apreciarla. Para poder sentirla, el hombre tendría que ser capaz de excluirla de sus sentidos durante al menos un solo instante. Pero no existe un solo lugar del universo infinito donde poder aislarnos hasta ese extremo.
Salvo quizás nuestro propio interior.
Tras Pitágoras, durante siglos se consideró a la naturaleza algo no uniforme. Con diferentes leyes para cada uno de sus fenómenos.
Los planetas giraban por designios divinos y los hombres caminaban sobre la tierra porque esta estaba debajo de nosotros.
Newton, en el siglo 18 unificó por primera vez científicamente, en su ley de la gravitación universal, cielo y tierra. Demostró que los astros estaban sometidos a las mismas leyes físicas que los seres humanos. De la gravedad dependían el movimiento de las estrellas y nuestra existencia. Trazó una primera ley universal capaz calcular las interacciones entre los objetos grandes.
Energía y materia son diferentes manifestaciones de una misma cosa.
A partir de aquí, la física se propuso encontrar una fórmula que unificara definitivamente lo infinitamente pequeño, las partículas subatómicas con la materia y los planetas y las estrellas, lo que se dio en llamar la teoría del todo, que es, hoy por hoy, la creencia científica más arraigada y la más atrayente para los profesionales de la ciencia.
En física cuántica, la teoría de cuerdas defiende que todo el universo, toda la materia y todas sus fuerzas se componen de un solo ingrediente, una energía vibrante que dependiendo de las diferentes frecuencias en que vibre formará un elemento u otro.
Esta es nuestra energía elemental, esa de la que se compone todo el universo.
Y la única la premisa imaginada en la novela: Es precisamente el dar por supuesto que, en algún lugar de este mundo, puedan existir personas capaces de apreciar con nitidez esta energía elemental.
Por que si alguien pudiera verla, percibir por un solo instante de manera consciente la verdadera armonía de las esferas – no la de las esferas celestes, como propugnaba Pitágoras, sino la de las infinitamente pequeñas, esas esferas subatómicas que todo lo forman. – tendría en sus manos el poder alterarla. Sería capaz, con algo de entrenamiento de interactuar con ella variándola.
El problema real de aceptar la teoría del todo es que realmente haría tambalearse todos los principios fundamentales de nuestra civilización occidental, Tanto o más de lo que Copérnico sacudió las creencias de su mundo cuando afirmó que la tierra giraba en torno al sol.
Porque estaríamos hablando de la omnipresencia de la esencia humana, ya que nuestro ingrediente primero estaría en todas partes del cosmos. Se encontraría, inalterado e inalterable en el principio del universo, antes incluso del big bang.
Esta energía está en todas las cosas y seres a un mismo tiempo, tiene el don de la ubicuidad.
Es única. Solo existe una única energía y esta da forma a todo el cosmos.
No tiene forma, pero se siente en el interior del hombre.
No tiene principio ni fin, es eterna, puesto que siempre a existido y siempre existirá (la física cuántica defiende la inexistencia del tiempo, que es solo una interpretación por parte de nuestros sentidos de las diferentes interacciones de la energía).
Debemos ser conscientes de que para poder interpretar todo aquello que nos rodea, no disponemos de otros medios más allá de nuestros sentidos. Y estos son en extremo limitados.
Cuando afirmamos que solo existe aquello que podemos ver con nuestros ojos, estamos negando la existencia de los infrarrojos y ultravioletas. Si para creer debemos poder tocar con nuestras manos el objeto, despreciamos todas aquellas materias demasiado sutiles como para ser apreciadas por nuestro torpe tacto. No podemos negar esa armonía de las esferas simplemente porque no seamos capaces de oírla, y resultaría en exceso pedante el afirmar que solo existe aquello que conocemos.
Recordemos que para nuestros abuelos, el que los hombres pudieran volar sería sin lugar a dudas algo mágico. Que solamente una bruja podían saber qué estaba hablando o haciendo una persona que se encontrara a kilómetros de distancia de donde ella se encontrara.
Concluyendo: Mantengamos la mente abierta a lo fantástico, y pensemos que eso que hoy es todavía magia para nosotros, quizás mañana, gracias a la física cuántica, sea lo que nos acerque a los pobres mortales a nuestra particular piedra filosofal.
Con este pensamiento termino esta charla.
Agradecerles el que hayan permanecido en sus asientos durante todo este tiempo y recomendarles, si me lo permiten, que lean la novela para profundizar en el tema.
O en todo caso, para pasar un rato entretenido con su lectura.
Muchas gracias.
